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leer y debatir

 POSPANDEMIA

 

La llegada de un actor biológico, inesperado, exótico y original, conmueve al mundo, nos conmueve, en nuestra vida cotidiana, y provoca un acontecimiento. Pone en cuestión el sentido de nuestra existencia e impacta de lleno en el sistema político, económico y social, alterando el fundamento de nuestras formas de vida.

 

Su condición biológica lo asemeja a un extraterrestre maligno que amenaza nuestras vidas. Revela y desnuda la fragilidad común de nuestra condición humana. Tiene en principio un efecto asociativo, comunitario, nos enlaza en una identidad vulnerable y compartida. El príncipe Carlos, Boris Johnson y un jubilado de Pompeya se vinculan sin más, en la orfandad común frente al invasor. Los privilegios pierden eficacia.

 

Pero toda biología al ingresar a la sociedad, se vuelve política, tanto en su origen como en su destino.

 

Y junto a lo común del episodio, cada sujeto, cada Nación, cada grupo social, institución, cultura e ideología traduce, refracta, a su manera el sentido de esta conmoción única, global, planetaria.

 

A diferencia de otras pestes esta pierde rápidamente su carácter regional y envuelve como un manto al globo terráqueo.

 

La tecnología comunicacional alcanzada por nuestra civilización torna instantáneo el suceso. La movilidad y aceleración de nuestras vidas, síntomas del capitalismo financiero reinante, sitúan a los aeropuertos en las pistas privilegiadas e inmediatas de su circulación.

 

El virus, entonces, irremediablemente político, nos abre preguntas inquietantes. ¿Quién tomará las riendas de su herencia? ¿Quién ejercerá el liderazgo político durante la tormenta y cuando esta concluya? ¿Que sistema político, que Estado, mostrará mayor aptitud para hegemonizar la pospandemia? La historia nos enseña que las grandes convulsiones civilizatorias reordenan el mapa del poder, casi irremediablemente, nada se conserva tal como era y los desplazamientos políticos como placas tectónicas en un terremoto, conformarán su nueva geografía.

 

Pero como nada es natural en manos de lo humano, el desenlace está abierto, sin texto aún, sin escritura política, más conmocionados que resueltos. Podemos presagiar tendencias, más favorables en principio, a una resolución más comunitaria que individualista, pero mucho está por escribirse, la disputa política recién se inicia.

 

Una pregunta clave a desentrañar, refiere a que formas de Estado resultarán privilegiadas para la conducción política de la sociedad una vez extinguida la pandemia.

 

Si la reflexión requiere tomar cierta distancia del suceso en cuestión, para una mejor comprensión, varios filósofos y pensadores se atrevieron a desafiar esa regla, y arriesgaron pronósticos y conjeturas del porvenir político que puede acontecer con la llegada del Covid 19.

 

“Para la economía neoliberal, es el ambiente perfecto” (Horvat).

“Surge la posibilidad de un comunismo derrotado de su experiencia estatal” (Badiou).

"La igualdad vuelve al centro de la escena” (Berardi).

"La opción es barbarie o alguna forma de comunismo reinventado” (Zizek).

"El virus no vencerá al capitalismo” (Chul-Han).

 

Los contrastes y matices abundan, suenan como voces apresuradas para capturar el fenómeno. A relatos en el medio de una tormenta inaprensible, imprevisible que transformará al capitalismo actual, sin saber cómo ni cuando.

 

¿HACIA UN NUEVO ESTADO?

 

Pensar en un nuevo Estado supone pensar en nuevas relaciones, políticas, sociales y económicas.

 

Un nuevo orden es casi inevitable, pero su diseño dependerá de la calidad e intensidad de las luchas políticas que se libren. El desenlace de esta pandemia no tiene actores consagrados ni un destino necesario e inevitable. Su heredero será el fruto de lo imprevisible y del indispensable juego político de las fuerzas en pugna.

 

Creo interpretar que la disputa central se dará en torno a la relación entre comunidad y mercado y a la condición autoritaria y/o democrática que la gobierne.

 

La igualdad y la libertad se ponen en riesgo. El desacople entre ambas, que el capitalismo lleva en su alma, puede agravarse o rearticularse con nuevos lenguajes más opresivos o más democráticos

 

Hablemos ahora del Estado y de algunos vicios recurrentes en su interpretación, que pueden condicionar seriamente su reconfiguración.

 

Un principio que lo caracteriza y suele vulnerarse frecuentemente, es que el Estado es “una relación política, social y económica, nunca el patrimonio de un sujeto, clase, institución, grupo social u organización partidaria. El Estado no es el gobierno y siempre incluye a las fuerzas opositoras que disputan su dirección. No hay en sentido estricto Estado liberal o progresista puro sino relaciones hegemónicas de esas fuerzas políticas u otras. Confundir Estado y gobierno o intentar monopolizar la relación que lo constituye, ha sido siempre germen de la violencia política.

 

No hay Estado sin orientación, sin adjetivos que lo distingan. No hay Estado neutro, vacío de inclinación, exclusivamente arbitral, bueno o malo intrínsecamente.

 

Un Estado presente a secas, no nos dice nada acerca de la calidad e inclinación de esa presencia. El Estado está siempre presente, política y económicamente, con dosis muy variadas. No hay algo así como un Estado omnipresente, por lo que también lo constituyen sus inevitables ausencias.

 

El mercado no existió nunca sin Estado, es más en buena parte fue su creador y en gran cantidad de ocasiones, el Estado liberal o neoliberal debilitó su presencia económica al mismo tiempo que agigantaba su presencia política. El eslogan que acompaño y acompaña aún hoy, que rezaba “achicar el Estado es agrandar la Nación” nos ofrecía la paradoja, muy especialmente en el 76, de un Estado hiperpresente en lo político, con un ejercicio criminal y cruel de gobierno.

 

La opción Estado o mercado creo que es una falsa opción, o al menos desaconsejable, salvo que imaginemos una sociedad, que elimine sin más al mercado como organización económica. La distinción más interesante se da entre comunidad y/o mercado, porque supone dos formas de relacionamiento social, económico y político, adversas, diversas, y/o complementarias que según su grado de relación les corresponderán distintas formas de convivencia, es decir de Estado

 

China, en esta coyuntura se avizora, para muchos, como el posible ganador de esta etapa extraordinaria del acontecer humano. Por ahora su maquinaria, se ha mostrado más eficaz en la resolución del terremoto viral que azota a la humanidad. Un “Estado fuerte” suena como el atributo responsable de sus aciertos contingentes.

 

Quisiera compartir un relato que nos ofrece el filósofo de Corea del Sur Chul-Han sobre la vida en China “En China, no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometida a observación. se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales, a quién cruza con el semáforo en rojo, a quién tiene tratos con críticos del régimen o a quién pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa.  Por el contrario, a quién compra por internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen, le dan puntos. Quién tiene suficientes puntos obtiene un visado de viajes o créditos baratos. Por el contrario quién cae por debajo de un determinado número de puntos podría perder su trabajo. En China es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de internet y de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.

 

Esta semblanza inquietante que nos ofrece Chul-Han, reproduce un desencuentro histórico entre comunidad y democracia. En el fracaso de ese vínculo se basan en buena medida los éxitos del capitalismo occidental, quién con sus formas despiadadas y actuales de individualismo financiero cosecha los índices de desigualdad más notables de su historia.

 

Al rescatar al individuo, lo divorcia al extremo de la vida en común y con otras formas de autoritarismo, cada vez más alejadas del temple democrático, y con otros métodos, impone el imperio de la mercancía.

 

Volvamos sobre el Estado fuerte y sus posibles interpretaciones.

 

¿Es democrática la sociedad china?, ¿hay libertad política, derecho a la oposición y a la crítica, competencia para decidir la orientación de gobierno? Si concluimos que no, ¿en que consiste la fuerza del Estado?

 

¿En su capacidad de imponer el pensamiento único?, ¿en su potencia represiva? ¿En la tradición social y milenaria de obediencia a la autoridad?

 

Probablemente para un contexto de excepción las comunidades represivas y jerárquicas se muestren más eficientes para resolver la emergencia, que el anarco-individualismo de orientación financiera, predominante en Europa y en buena parte de nuestra América. Claro que la situación de excepción en China y otros países del Oriente no es tal, sino su permanente condición política.

 

Hacia donde deseo conducir este dilema. En primer lugar a evitar una competencia entre autoritarismos por los que se deba optar. No es EEUU o China las alternativas a la que nos debemos someter. El riesgo de la libertad y la igualdad está en juego desde ambos imperios. La vigilancia digital, el tecno-autoritarismo, amenazan la libertad, y si amenazan la libertad amenazan la lucha por la igualdad. La comunidad democrática, es la propuesta, una comunidad que albergue al individuo, haga suyas las banderas del Estado de Derecho, la República y el pluralismo político.

 

El Estado fuerte será entonces aquel que regule, a través de la democracia, los conflictos y las virtudes de la vida en común.

 

Ariel Lupo      

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