LA POSGRIETA, UN DESAFIO DEL LENGUAJE
La República, en manos de las elites, con sus socios y simpatizantes, nomina como síntoma, reclamo y deseo una Nación sin peronismo, el hecho maldito, que amenaza su existencia. Esta cuestión construyó, durante años, la paradoja de secuestrar la República, para preservarla.
Este síntoma nace en 1945 y permanece hasta la actualidad con variados ciclos de intensidad y apaciguamiento.
La llamada grieta es fundamentalmente un significante político, desborda a la desigualdad económica, tan familiar y tan permanente como la historia de la sociedad humana. Ni siquiera se reduce a la conflictividad de la política, otra cualidad que la define y nutre su existencia. No podríamos hablar de política sin conflicto. Sin embargo no todo conflicto político se vuelve “grieta”.
La filosofía política de esa grieta se hace visible en el discurso de Macri del lunes 12 de marzo tras la derrota electoral. Allí señala a la mayoría social, léase, a la democracia electoral, responsable de una reiteración histórica, el voto peronista. El inédito triunfo de las elites en 2015 tampoco sirvió para enderezarles el rumbo. Ese lunes negro, Macri confirmó, con desilusión, que la voluntad popular, desperdició otra oportunidad para corregirse. Para retomar la ciencia del camino que se extravió en 1945
No hay política sin luchas y conflictos, pero la grieta es un emergente distintivo, singular. Un momento especial de la lucha.
La dosis de antagonismo y conflicto que la política encarna , no deriva necesariamente en grieta.
El primer peronismo y el kirchnerismo son los protagonistas históricos principales en su aparición y desarrollo. Con el kirchnerismo muy especialmente, a partir de la 125 y con la llamada crisis del campo, se configuran dos ejércitos civiles de alta confrontación simbólica. Una “guerra”, sin armas, de alta intensidad afectiva. El lenguaje verbal ocupa el centro de la escena.
Bloqueada la “solución militar”, se desplaza la batalla hacia el poder judicial y el poder mediático. Esta “sobrecarga” divide y lesiona tanto el ejercicio del periodismo como el de la justicia. Las relaciones políticas se atrincheran. Como en el primer peronismo, la división se produce al interior de la vida familiar, entre amigos y en lo social, lo binario va moldeando la comunicación y las pasiones confunden el acercamiento con la claudicación y/o la derrota. Los puentes se van dinamitando, y el antagonismo se torna masivo e identitario. Se rechazan los posibles puntos de encuentro. Surge una suerte de “fobia al otro”, la confrontación se asemeja a un agujero negro que absorbe cualquier intento de diálogo. Todos los caminos conducen a Roma, es decir a la intransigencia, Los matices se borronean y surge una polarización permanente.
Esta pasión monocorde y épica, desborda la tradicional disputa que engendra la política en sus habituales ciclos.
La grieta, se alimenta de dos formaciones intensas, pasionales, que desdibujan a los terceros, tienen relativa paridad de fuerzas, y no logran derrotarse. El golpe del 55 emblematiza el fin provisorio de la grieta, con la derrota político militar de un bando. En el 73 hay implosión, la grieta se juega al interior del peronismo. El menemismo y la Alianza, no desafiaron al poder económico y el alfonsinismo, junto a sus virtudes, no configuró por complejas, razones que desbordan este trabajo, una alianza de poder que desafiara al poder económico.
Alberto Fernández ha planteado la necesidad política de disolver la grieta, declarando casi la imposibilidad de gobernar en ese clima. Cristina promovió, vaya paradoja, una cuota de descristinización del Frente de Todos. Es más, ese es su sello de origen. Se quitó poder, para que el poder se ampliara.
Este viraje, implica un cambio en el lenguaje político que recién se está insinuando. La grieta sigue siendo aún un deseo para muchos, de ambos lados, y un “negocio” político para otros.
Para quienes deseamos transitar un horizonte de transformación política en nuestra sociedad, tendremos que tratar de desagrietar, sin diluir el proyecto. Al mismo tiempo, postergar ciertas intensidades, que estrecharían, los valores de una comunidad política más amplia. Suspender la grieta, para continuar la lucha en un antagonismo democrático y parcial, en donde la convivencia no se disuelva en un relativismo inoperante.
Nuevos desafíos del lenguaje y las pasiones. Unir la transformación a un mínimo indispensable de comunidad democrática, es un arte más complejo que transitar la guerra permanente, simbólica o sangrienta.
Ariel Lupo